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El caso de Jorge


Había una vez un joven de 16 años que logró ingresar a la preparatoria pese a dificultades económicas de su familia, que hizo el esfuerzo necesario para acompañarlo en su deseo de continuar con sus estudios. Todo iba en marcha, hasta que un día en el mundo se desató una pandemia causada por un virus. Las escuelas cerraron y hubo que seguir clases de manera virtual. Jorge no tenía acceso fácil a internet, por lo que pidió a sus compañeros que cualquier cosa importante le avisaran a través del chat del grupo, vía celular. Ellos y ellas así lo hicieron. Le avisaron que, de repente, había que presentarse físicamente a la escuela para hacer un examen de geografía. La mamá de Jorge decidió acompañarlo, dejaron de trabajar, consiguieron dinero y partieron rumbo a la prepa. Al llegar, Jorge supo que sus compañeros le habían jugado una “broma”.

Esta historia pudo haber sido creada en uno de los ejercicios que hacemos en nuestros talleres con adolescentes de secundaria para hablar de acoso escolar. Pero fue real, sucedió hace casi un mes y fue un boom noticioso no sólo por el tamaño de la agresión recibida por el joven, sino porque días después de ese evento Jorge desapareció por once días. La indignación pululó entre usuarios de redes sociales señalando la poca empatía de quienes acosaron.

¿Miles de tuits y post en Facebook o comentarios en los sitios de noticias que expusieron el caso serán suficientes para que este evento no quede en el anecdotario? No. Ni siquiera sabemos si será suficiente que hayan expulsado a dos de los más de 30 compañeros que fueron testigos de ese acoso en el chat grupal, o si la comunidad educativa o familiar en donde ocurrió generó un espacio de reflexión con los jóvenes acerca de su indolencia. Nosotros podemos y tenemos que hacer algo: llevar la reflexión a casa desde hoy mismo.

Como adultos cercanos a adolescentes, niñas y niños, nos toca preguntarnos, primero, qué hemos hecho para que esas generaciones no se duelan con la realidad tan adversa que viven otros, que no conozcan la compasión ni la empatía. Y después, reflexionar qué podemos hacer.

¿Por qué se asume como natural una “broma” de ese tipo? ¿Cuándo deja de ser “sólo una broma” y se convierte en violencia o de plano se transforma en acoso escolar? Jorge llevaba meses de vivir agresión constante de manera virtual por parte de sus compañeros. ¿Por qué estos adolescentes decidieron burlarse del compañero que vive en condiciones menos favorecidas que las de ellos? Más aún… Después de la agresión, el joven pidió que pararan de burlarse y no lo hicieron, ¿Cómo es que no fueron capaces de identificar su dolor y su impotencia? Jorge asumió parte de la culpa por ser “tan inocente y haber confiado”, de creer que le decían la verdad. ¿Desde cuándo la víctima es culpable de la agresión? Los únicos responsables de son los artífices de la broma y el resto que guardó silencio y se volvió cómplice al no hacer nada al respecto, pero también las familias y comunidades que hemos generado una sociedad en la que tener privilegios se traduce en la posibilidad de avasallar a los que tienen una condición de mayor vulnerabilidad.

Volviendo a los hechos, después de tal agresión, Jorge decidió desconectarse de sus agresores: salió de casa y dejó su celular para no leerlos más. Las razones por las que el joven no tuvo contacto con su familia durante once días no se hicieron públicas. Pero ¿a ti no te darían ganas de desaparecer unos días después de un evento así? A mi sí, tendría deseos de alejarme de esa realidad que me hace menos ante los ojos de los demás, de poder llorar el agravio en un sitio donde me sintiera segura, protegida. Ojalá Jorge haya tenido esa posibilidad.

Cuando conocimos el caso, en el equipo de Sexualidad ATI nos preguntamos ¿por qué hay adolescentes “bromistas” que asumen que quien tiene menos privilegios económicos que ellos no es una persona con igual dignidad y merecedora de respeto? ¿Sus adultos cercanos los han envuelto en una burbuja donde no pueden ver y entender otras realidades? ¿De quién es responsabilidad de que estos jóvenes piensen que valen más o menos en función de sus privilegios? Así de básico… y ¿qué costo social nos traerá a corto plazo educar sin desarrollar empatía? Así de complejo.

Lo que podemos hacer aquí y ahora es compartir el caso de Jorge con nuestros hijos (busca todo lo relacionado con #NosFaltaJorge o #Prepa5), incluso con los que van en primaria y secundaria, pues su experiencia de pertenecer a un grupo ya la tienen y seguro tienen mucho que comentar al respecto. Conocerás entonces lo que ellos creen que se vale y no se vale en su grupo, en su escuela y tendrás la oportunidad de saber su visión del mundo respecto al valor que les da a las personas. Inténtalo. Nos toca hacer algo ¡ya!



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