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Voces de esperanza

Actualizado: 15 nov 2019

Por Maka Villaseñor



“Creo que todos los hombres deberíamos pedirle perdón a las mujeres, así que perdón”. Con esa frase y posteriores aplausos cerró el taller de equidad de género de un grupo que cursa quinto de primaria.

Hubiera esperado esas palabras de un hombre adulto, de una persona que ha vivido lo suficiente como para entender por qué su visión nos conmovió hasta lo más profundo a las mujeres que la escuchamos esa mañana. Pero vinieron de un niño de 10 años que parece entender perfectamente que el contexto social que le toca vivir está plagado de violencia e inequidad.

Aquél día, cuando supe que trabajaríamos con quinto de primaria, imaginé un grupo conflictivo, difícil, atravesando la pubertad. Pero me llevé una muy grata sorpresa al ver que, en efecto, la esperanza de un futuro mejor radica en las generaciones jóvenes.

Otros niños y niñas del mismo grupo comentaron las acciones que en adelante tomarán día a día para cambiar su realidad y la de las personas que están a su alrededor: “si ves que a un amigo lo molestan por vestirse de rosa, defenderlo”, “decirle al entrenador que hay muchas compañeras que les gusta el fútbol y que las deje jugar”, “si ves un niño que es tierno o llora, no burlarnos de él”, “yo como hombre me comprometo a hacerme cargo de mi violencia”. Ellos y ellas ya están haciendo algo al respecto.

Estos pubertos nos dejaron ver que están pendientes de lo que pasa a su alrededor para romper con estereotipos: mencionaron a James Charles, youtuber que hace tutoriales de maquillaje y que se ve “¡muy bien!”, mujeres que ganan concursos de ciencia “¡y la gente se sorprende!”. Tienen claro que hay nuevos modelos que se alejan del superhéroe invulnerable o la damisela en peligro, que les dan una visión diferente de lo que una estereotipada sociedad quiere imponer y, por lo mismo, les ayuda a vivirse de una forma más incluyente.

Identifican las diferencias porque saben y están conscientes de lo que la sociedad les ha pedido hacer por siglos a hombres y mujeres: “de las mujeres sólo se espera que cuiden a los hijos y hagan tortillas”. “Lo que tenemos que aguantar nosotras para que los hombres estén felices es muchísimo, ¡no se vale!”, “a los hombres nos piden que no expresemos nuestros sentimientos, entonces nos volvemos violentos”, “si no sabemos hacer nada en casa, no podemos cuidar de nosotros mismos”.

Ya empiezan a darse cuenta de que el mundo no es justo para ningún género, pues ambos han perdido cosas valiosas. Su descontento, su coraje y su inconformidad son genuinos, y son, justamente, el combustible que necesitamos para seguir juntas y juntos en la lucha contra un sistema que nos ha afectado y violentado a todos.

Trabajar con esta población no sólo implica escucharles, sino cuestionarnos a nosotras mismas constantemente, hacernos conscientes desde dónde educamos a estas generaciones y qué les transmitimos. Tenemos la gran responsabilidad de propiciar que niños y niñas crezcan sin tabúes y con una visión más positiva de la sexualidad, sin los miedos y los mitos que a muchos de nosotros nos inculcaron.

La pregunta es ¿nosotros y nosotras como adultos responsables de estas generaciones les impulsaremos para que este objetivo se logre, o seremos las primeras personas en ponerles el pie y quitarles la esperanza?

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