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El destierro de los otros

Llevo 20 años dedicada a brindar educación sexual a infancias, adolescencias y sus familias. No hay tema que haya tenido más cambios a lo largo de los últimos años que el de la diversidad sexo genérica.

He acompañado a muchas personas en las dudas e inquietudes que esto les genera: “Cómo le explico a mi hijo que mi hermano es gay, tengo miedo de que le dé un mal ejemplo y piense que en el futuro puede decidir ser como su tío”, “yo respeto las diferencias, pero no sé qué hacer, acaba de entrar una pareja de dos papás a la escuela y no sé cómo explicarle a mi hijo que su amiguito tiene dos papás, eso no es natural, tiene que tener por fuerza una mamá”, “mis papás me corrieron de la casa, vivo con mi abuelo, es el colmo que él me entendiera más, ¿por qué no me aceptan como soy?, ¿es que no me quieren?, dicen que cuando se me pase regrese…. ¡si este soy!”; o la última asesoría que me solicitó una familia: “mi hija de 13 años me salió con que es no binaria y pansexual, así sin más nos lo soltó, tuve que buscar el término en la red y te confieso que no entendí bien a bien a qué se refiere; perdón, yo puedo aceptar que haya esas locuras, pero en otros, no en mi casa”.


La humana es una especie rara. Por un lado, basta observarnos para reconocer que lo que nos constituye como humanidad es la diversidad, de todo tipo: color de piel, ojos, estaturas, complexiones, religiones, ideologías, formas de ver la vida, inteligencias, entre un millón más. Somos diferentes. Al mismo tiempo, los discursos de odio que hacemos frente a las diferencias, también han marcado nuestra historia, son esos discursos que nos permiten construir a los “otros”, a los “diferentes”, como enemigos del bien social, de la religión o de la naturaleza. ¿Para qué? Para darnos permiso de quitarles derechos, enviarlos a la marginación simbólica o real. Así hemos construido holocaustos, guerras, esclavitud, pérdidas de derechos civiles… Como expresa Judith Butler (2015) en la conferencia Cuerpos que todavía importan: “Cuando alguien vive en un cuerpo que está mal reconocido sufre insulto, acoso, prejuicio cultural, discriminación económica, violencia policial o patologización psiquiátrica. Esto conduce a (...) vivir bajo las sombras, o como sombra”. Los “diferentes” tienen vidas precarias y al mismo tiempo resisten a la violencia cultural y estructural, responsables de aquella precariedad. Hemos conformado una sociedad en la que muchos ponen el cuerpo en la línea de fuego para ser vistos, para exigir derechos mínimos que les permitan dejar de vivir en clave de muerte.

Las identidades son fundamentales, nos permiten decir ¡EXISTO! Por eso las defendemos y las cuestionamos, las sostenemos o las abandonamos, pero no prescindimos de ellas. Nos permiten vivir, tener un lugar en el mundo. Aunque es real que ninguna de ellas puede abarcar todo lo que somos como personas.

Las infancias y adolescencias están construyendo narrativas distintas, que visibilizan de manera digna a las minorías. Están formando un tejido social con espacio para la diferencia y establecen un diálogo abierto con quienes cuestionan su identidad. Tenemos mucho que aprender de ellas.


Por todas esas razones, la asesoría a la familia de la joven de 13 años que se define a sí misma como no binaria y pansexual, en este momento de su vida, no giró alrededor de las definiciones o categorías de la diversidad sexo genérica existentes, sino que nos concentramos en cuestionarnos de manera profunda lo que lo dicho por la adolescente significaba para su familia. Rondó en la disyuntiva que enfrentaban: desterrarla o generar un espacio amoroso para que ella pudiera existir y explotar todo su potencial; cuestionarla por romper con las expectativas que tenían de ella y hacerla vivir el rechazo de aquellos a quienes ama —llevándola incluso a cuestionarse su propia valía— o permitirle crecer en la certidumbre de ser aceptada con cualquier identidad que adoptara. Esta joven estaba dando a los adultos con quien comparte hogar una oportunidad maravillosa: ser mejor familia al cuestionarse qué es lo realmente humano y darse cuenta de que tal vez es el amor, ese que se brinda y acompaña más allá de las expectativas, ese que invita a habitar la propia piel.

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