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Las princesas de Disney… perdón, de Tinder


Si quieres ver El estafador de Tinder prepárate para un sube y baja de emociones, pero también para correr el riesgo de vivir horas de sorpresa-incredulidad-impotencia tras la última escena, que no revelaré para dejar libertad a tu propia reflexión.


La plataforma de citas, que este año cumplirá una década en el mercado, es un espacio donde queda claro que los modos de hacer pareja entre un hombre y una mujer permanecen anclados a los preceptos de los cuentos de princesas de Disney. Me pregunto qué tanto deseamos inventar nuevas formas de relacionarnos, donde nadie sea víctima y nadie victimice, donde nadie tenga que ser rescatada o cuidado como niño, ni darlo todo “por amor”. Lo cierto es que el feminismo de la cuarta ola, que a muchas nos emociona, coexiste con miles de “bellas” que siguen buscando “bestias” ... y en Tinder encuentran cientos.


“No finjas ser alguien más. Asegúrate que tus fotos, edad y biografía correspondan con quien eres en realidad”, recomienda la plataforma una vez que abres tu cuenta. Luego solicita nueve fotos que se convierten en la carta de presentación, si eres mujer, para ser elegida por el hombre que te dará algo de su tiempo invitándote un café y ver si mereces la pena.


El estafador, obvio, no hizo caso a tal recomendación y sube nueve imágenes para atraer a una “bella”: viste ropa de marcas exclusivas (carísimas hasta el absurdo), anda en autos de carrera, usa yate y vuelos privados, se alimenta de platillos sofisticados y, lo mejor, se muestra atento y caballeroso para compartir todo lo suyo con la mujer que eligió. El documental muestra cómo adereza su imagen con detalles que “matan a toda mujer”, según lo que dicen las amigas de la “bella” en turno: vuela de un país a otro para pasar con ella una noche porque la extraña, le envía ramos de flores hermosísimas más o menos seguido, la invita a pasar la noche a los hoteles cinco estrellas en los que se hospeda, beben champagne y le endulza el oído diciéndole que siente como si la conociera hace muchos años y que la ama tanto que le encantaría formar una familia con ella. ¡Como en cuento de hadas!

A “la bestia”, identificado como Simon, no le importa invertir seis meses, un año, dos, para crear ese vínculo de plena confianza con varias “bellas” al mismo tiempo, para entonces pedir la máxima prueba de amor: que le ayuden a mantenerse vivo porque una mafia muy peligrosa lo persigue y han estado cerca de él, pero su guardaespaldas logró salvarle la vida. Para seguir a salvo, cuenta a su amada, ya hay una investigación formal, pero bloquearon sus cuentas para no ponerlo en más riesgo. De repente el cuento de princesas toma esos matices de suspenso y ella lo cree, pues aquella noche del ataque su novio le envió fotos del guardaespaldas herido. La “bella”, entonces, desea salvar a su “bestia” porque eso es el verdadero amor y él, tiene taaantos planes para ambos.


Mientras escuchas a los personajes, confirmas que existen “bellas” que se creen todo por más irreal que parezca, que la adrenalina les nubla el juicio y que son capaces de ponerse en riesgo “por amor”. El problema no es su ingenuidad ni su enamoramiento, aclaro, pues su visión del amor fue tatuada en su mente por el bombardeo que a diario y por todos lados alimentan los estereotipos sociales. Urge dimensionar el daño que ha provocado esa construcción social llamada amor romántico.


El resto de la historia, que ayuda a dilucidar una ardua investigación periodística de un diario europeo, la puedes ver en Netflix si te quieres subir a esta montaña rusa emocional. A medio documental te puede dar gusto saber que la valentía y unión de algunas “bellas” pone en jaque al estafador, pero después enoja la revictimización que sufren por hacer pública su historia, aunque el móvil sea proteger a otras mujeres. Entendamos que las víctimas nunca son culpables de lo que les sucede, aunque tengamos que hacer un sobre esfuerzo para comprenderlo. La única persona responsable es quien daña a otra y merece una consecuencia de la misma proporción que el daño causado.


Casi al final viene la impotencia relacionada con el sistema de justicia. Y la última escena, al menos para mí, resultó un balde de agua helada que me confirmó que hay mucho trabajo por hacer para dejar de producir “bellas” lastimadas y “bestias” impunes.

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